martes

Un dulce recuerdo


     En el portal de al lado al de la casa de mi abuela abrieron de pronto una tienda de caramelos;   cada tarde al volver del colegio, todos los niños del barrio pegábamos la nariz al escaparate, intentando imaginar  como sería el sabor de aquellas maravillas multicolores que nos desafiaban al otro lado del cristal.

     La sóla idea de que alguien, de vez en cuando, nos regalara una preciosidad de las que allí vendían, nos hacía soñar frente a la puerta un día tras otro.

     Y en eternas disertaciones sobre las mezclas que imaginábamos deliciosas, simplemente porque nos parecían bellas, hacíamos firme propósito de compartir la piruleta con todos los demás, y repartirla de forma que ninguno de nosotros tuviese motivos para seguir anhelando el tesoro que se guardaba en la puerta de al lado.

     Pero....... el regalo nunca llegaba.

     Un día vino a mi casa, por sorpresa, un tío mío que había hecho las américas y al ver la fascinación que sobre mi ejercía aquel escaparate, me regaló ¡Una cesta entera de caramelos! Fue algo extraordinario, que me llegó al corazón porque era mucho más de lo que nadie podía haber soñado jamás..... ¡Eran tan bonitas, y tenían unos colores tan brillantes!

     Así que, en cuanto mi tío se fue, bajé a la acera y repartí los caramelos con todos mis amigos, que probablemente vieron el paraíso abierto frente a ellos cuando aparecí con la cesta. Pero habíamos hecho un trato y había que cumplirlo: el que tuviese caramelos debía repartir....... y así lo hice.

     Yo no llegué a tomar ninguno porque  enseguida me di cuenta de que había más manos que dulces...... y preferí que lo disfrutaran otros a comérmelo yo. A fin de cuentas, pronto llegaría navidad, y entonces todos tendrían cestas parecidas, y  repartirían conmigo.

    Pero...... algo debió fallar en el pacto, porque aunque las navidades efectivamente repartieron caramelos entre todos los niños del barrio, ninguno de ellos recordó lo que habíamos hablado tantas veces, y nadie bajó a la acera a repartir nada con los demás. O lo que es lo mismo, a repartir conmigo.

   Al poco tiempo la tienda de caramelos cerró; y yo perdí la oportunidad de probar cualquier cosa que hubiera podido haber en ella.....

     Y del disgusto me quedé una tarde entera, agarrada a la reja que cerraba el escaparate, mirando el  cristal vacío tras el cual ya no había nada...

     Me pregunto si será esa la razón por la que no me gustan los caramelos....

     O si por lo mismo, no puedo evitar que me resulten tan atrayentes...